viernes, 26 de julio de 2013

A VUELTAS CON EL SEXO Y EL ALZHEIMER

En el tratamiento de los pacientes con Alzheimer, los cuidadores principales son una parte muy importante a tener en cuenta. Porque, como en muchas cosas en la vida, el que apoya y asiste, tiene unos problemas derivados de esa misma situación.

La sexualidad, como es lo más normal, en la pareja es cosa de dos. ¿Qué pasa cuando uno de los dos tiene Alzheimer? Pues que, como el resto de los aspectos, la vida se altera.

La actitud frente a la sexualidad, en su más amplio sentido, puede variar de una persona a otra. Influyen el sexo, la educación, los falsos mitos, el tipo de relación preexistente, etc. Pero no por ello, si desaparece la apetencia en una de las dos personas, desaparece en las dos.

Esta situación puede generar problemas en la pareja. Bien sea por las situaciones que un cuadro de desinhibición pueda causar a nivel social, como el rechazo al contacto sexual que puede frustrar a la pareja.

Paco es paciente mío desde hace una década. Su mujer también ha pasado, hace unos años, por la consulta. Durante las pocas sesiones que acudió -nunca ha venido como acompañante de Paco-, no observé signos llamativos y típicos del Alzheimer. Pero ya ha llovido desde entonces.

La falta de actividad sexual con su pareja es un tema recurrente durante la sesión -le encanta hablar de muchas cosas, mientras le trato-. El rechazo, las manifestaciones de "repelencia" que generan en su mujer... Bromea con ello y me lanza los tejos -muy discretamente he dejado claro que estoy casada y muy feliz, sin ganas de aumentar la pareja, como bien nos enseñó el profe de logopedia y la vida misma-. Al principio me incomodaba bastante. Pero visto desde este ángulo, creo que no lo estaba enfocando bien.

Aún sabiendo que tiene Alzheimer y que ya tiene síntomas -siendo el aspecto sexual uno más dentro de la patología de su mujer y del envejecimiento-, Paco se resiste a renunciar a las relaciones íntimas con su mujer. 

Aunque no es mi campo de actuación, como profesional no dejo de tener cierta responsabilidad. A fin de cuentas, considero sus continuas referencias al tema como una llamada de atención.

No se si os ha pasado a vosotros. En mi caso, intento que realice todas las preguntas al equipo que trata a su mujer. Fijo que ellos pueden hacer frente, de manera más efectiva, al problema. 

miércoles, 10 de julio de 2013

FISIOTERAPEUTAS CON PIEL DE PSICOLOGO

Hay fisioterapeutas que hablan mucho, otros apenas hacen las preguntas pertinentes y las indicaciones precisas. Hay bromistas y los hay serios. Los hay de bata, pijama o chandal. Los hay de niños, de mayores, de neuro, de trauma o del deporte. Y muchos de lo que pueden y les dejan.

Lo que si somos todos, es poseedores de dos estupendas orejas. Y muchos problemas vienen de más allá de un músculo, una hernia o un problema cardíaco. Porque no será el primero, ni el segundo, que acude con una sintomatología y una mochila. Mochila de la que pueden tener conciencia o ni imaginar.

Algunas veces, es tan importante lo que hablo como lo que trato. 

Incluso he tenido que recomendar, con cuidado y tacto, la visita a un profesional -psicólogo, psiquiatra-. Yo puedo escuchar algunos problemas, pero no soy la persona indicada para orientar. 

No sólo el estrés se somatiza. En la camilla se sientan problemas laborales, familiares, sentimentales, sociales. Los efectos aparentes, contracturas, tirones, ciáticas, rigideces, palpitaciones, dolores de cabeza, ardor de estómago, estreñimiento, diarreas, entumecimientos, insomnio, fatiga, soledad, etc.

Algunas veces, al contarlo, el peso se aligera. Sólo había que dejarlo escapar, verbalizarlo, hacerlo real ante otra persona. Otras veces no es suficiente. 

Y, si esa mochila no se aligera, el paciente recaerá. Porque la carga es pesada y todos nos cansamos de aguantar. Por tanto, no debemos ceñirnos a nuestro trabajo, nuestras recomendaciones ergonómicas y deportivas y revisiones. Hay que saber derivar. No sólo al médico de cabecera, al colega más experto o al polideportivo de la esquina. 

Si alguna vez, acude a un fisioterapeuta, y le recomienda un equipo de salud mental o un psicólogo, no insinúa que esté loco o se lo quiere quitar de encima. Puede que reconozca que no es el profesional más adecuado para que usted mejore. Se trata de su vida y su salud.


miércoles, 3 de julio de 2013

TROZOS DE PASADO QUE OTROS TEJEN (II)

LA LOCA DEL MUELLE DE SAN BLAS

Mientras trataba de convencer a Manolo, de sus posibilidades para caminar seguro, la mujer y yo charlábamos animadamente -entre ejercicio y ejercicio hay unos segundos muy útiles-. Hablando de todo, y desembocamos en las señoras que en su momento no se casaron y ya quedaron marcadas en el pueblo. Y cosas así.

- En los pueblos, se tenían muy en cuenta esas cosas. Incluso se hacía imposible encontrar novio en tu pueblo y tenías que irte al de al lado.

- Duro si que debía ser - respondí, mientras empezaba otra tanda de ejercicios de piernas con el marido-.

- En mi pueblo vivió una que se volvió loca. Pero por casarla.

Paré un segundo el ejercicio - ¿Loca por?

- Uy, mujer por esas cosas de los ricos y los pobres. Que la casaron, siendo una muchacha joven y bonita, con un viejarro de los que tenían "herencia". Ella tendría veinticuatro o veinticinco años y él andaría por los sesenta. 

- Y ¿Qué pasó?

- Pues la noche de bodas se escapó. Y se escondió en unas cuevas para el vino. De esas que hay en los pueblos.

- Y ¿No volvió? 

- La encontraron tres días más tarde - con cara de pesar añadió- loca perdida. Guapa era mucho, pero loca loca.

- ¿Se la llevó el marido? - Me moría de curiosidad por saber el final de la historia. Aunque si era "La loca del pueblo", intuía el final.

- ¡UY, no hija! Se la llevó la hermana -cuñada de un primo de mi madre-. Seguro que el viejo les daba dinero para cuidarla. Porque las hacía buenas.

- ¿Se escapaba?

- La tenían encerrada en una habitación en el primer piso. Mi primo y yo, cuando éramos pequeños, decíamos "vamos a ver si sale la loca". Porque a veces salía al balcón desnuda. Poco importaba si era verano o invierno. Y si pillaba unas tijeras, podía hacer tiras las mantas que le daban para taparse, o la ropa. Así que, para mantenerla, algo les pasaría.

- Pero, ¿hace mucho de eso?

- Uy si. Cuando yo iba con mi primo, tendríamos doce o trece años y ella ya tendría sesenta y tantos. Y ya tengo ochenta y uno. Con lo guapa que era y mira cómo terminó por casarla con el viejo rico del pueblo. El dinero es lo que tiene.

- Menos mal que no soy de tu pueblo.

- Bueno mujer. Yo me casé con éste. Y ya hace años que le aguanto.

- Mujer que no es una condena -Manolo ya no nos hacía caso y miraba de reojo la tele-.

- No se, no se. La mujer, algunas veces no estaba tan mal y bajaba a la cocina a comer con todos. Si esos días me veía todavía parecía recordar algo y me decía "Tu padre es marino". Y algo se parecía, porque tenía una tienda de ultramarinos. Así que muy desencaminada no iba.