sábado, 1 de junio de 2013

¡NO ME QUIERO MORIR!

Hace unos años, vivía aquí -en la residencia- una mujer con muuuchos años (da igual cuántos, un cerro). María, con más arrugas que años, con la espalda doblada por la vida, que no impedía que llevara la cabeza bien alta. Educada, miope, próxima, de voz dulce y mejores formas. Sólo utilizaba un bastoncito para ser completamente independiente. Bueno, casi casi independiente.

Una mañana, tras dejar el abrigo en la sala, pasé por la enfermería para conocer las noticias del día. Y me encontré con caras serias, papeles para la ambulancia y sueros de mano en mano. María estaba ingresada. No se sabía muy bien qué le pasaba. Pero nada bueno. El médico suponía una hemorragia digestiva. La enfermera también. 

Mientras esperábamos todos que el suero surtiera efecto y la ambulancia llegara volando, me acerqué a su habitación.

Encontré una mujer encogida, más pequeñita de lo que recordaba. Más frágil, más pálida. Los ojos cerrados, la respiración un suspiro. Me aproximé con cuidado, como si entrara en una iglesia y le acaricié la mejilla. Lentamente abrió los ojos y sonrió -o lo intentó-.

- Hola María, cielo.
- Oh, hola Olga -tragó saliva- Me encuentro mal.
- Lo se.
Suspiró - Me siento morir.
Los ojos se me anegaron de lágrimas y un nudo me secuestró la voz. No sabía qué decir, porque la verdad, yo también la veía desaparecer.
- Y... ¡Yo no quiero! - Intentó poner genio en sus palabras, que apenas si superaron el volumen de una plegaria.
- Pues, entonces -le cogí la mano-, lucha María. No dejes que la vida se te escape. Pon tus energías en volver aquí del hospital.
- Lo intentaré.
Cerró nuevamente los ojos. Escuché pasos a mis espaldas y me retiré.

Salí de la habitación inundada de emoción. Si, les coges cariño. Si, es tu trabajo. Si, soy una persona y tengo mis debilidades.

No podía decirle, por respeto, esas tonterías de "Venga, que no te vas a morir", "No digas eso", "Vamos, vamos, todavía tienes mucha guerra que dar"... Porque yo también veía sus ganas de vivir en franca desventaja con la pérdida de sangre. 

Toda esa lucha en un cuerpo delgado, pequeño, doblado por la vida pero que  todavía no había perdido la batalla.

Esa vez, María ganó.

Hoy me vino a la cabeza y le sonreí. Por si me observaba desde alguna parte.