sábado, 3 de mayo de 2014

LA INTERNA QUE ME ESPIÓ

Como si de una peli del superagente 86, digo 007, en nuestro trabajo diario se mezclan cosas ajenas a nuestro trabajo. Unas cercanas y otras no tanto. Y si hablamos del trabajo a domicilio ya ni os cuento.

Por ejemplo, las internas. Si trabajas con personas mayores que no pueden salir de su casa, o lo hacen con mucha dificultad, la figura de la interna es recurrente. Mujer, mediana edad, extranjera por definición. Normalmente todas muy agradables, discretas y manteniendo una discreta presencia. Algunas veces te ayudan, otras desaparecen, siempre con la antena puesta. Cada una como es en la vida diaria.

Otras veces se les utiliza. Como me ha pasado esta última vez. Con una paciente nueva y el "No puedo" o el "me fatigo", cosido a la boca. 

La primera sesión fue corta. Tanto por ser una primera aproximación, como debido a sus patologías reumáticas, respiratorias, psicológicas y demás que seguramente todavía no se (de eso ya hablaremos otro día, la manía de no contarte todo). Normalmente, peco de quedarme corta. Cosa que siempre es mucho mejor, a mi entender.

Al día siguiente me llamó uno de los hijos, para preguntarme si era verdad que la sesión "sólo" duró treinta minutos. Me pidió explicaciones, muy educadamente, pero lo hizo. No es que me dijera lo de "qué pasa, que te pagamos una hora". Primero porque no suelo hablar de una duración determinada y fija, segundo porque fue la primera sesión y se sientan las bases de un tratamiento que ya avisé que iba a ser largo. Reconozco que me jodió.

Que no niego que estén en todo su derecho, pero conociendo el comportamiento de la mujer, su situación personal y lo que queremos conseguir, pues me pareció un poco excesivo correr tanto.

Pero ahí no quedó la cosa. En la segunda sesión, se me plantó Margarita -la interna- en la puerta. Algo que me molestó un poco, porque no comprendía que me estuviera sujetando una vela. O que fuera el tratamiento la suplencia al "Sálvame" del día. Ni corta ni perezosa, se sentó con nosotras.

En un momento dado me verbalizó que los hijos querían que trabajara una determinada movilización. Ahí ya si que no. Por ahí no iba a pasar. No me gusta que existan correveidiles y menos que sea el servicio doméstico de una familia que ni conocía. Así que le respondí que yo era la que planificaba el tratamiento, que parte de lo que hacíamos en la sesión era previo a conseguir eso y que, si tanto interés tenían, me podían llamar por teléfono.

Creo que la mujer se sentía más incómoda que yo con la situación. Pues no es plato de gusto estar en medio. Y más si parece existir desconfianza. 

De todas maneras, yo me debo a mi paciente. Porque con ella es con la que trabajo y con la que tengo que conseguir mis objetivos. Es ella la que tiene las barreras a romper y la que tiene que realizar los esfuerzos que le pido. Mi trabajo y mi responsabilidad es con y para ella. La familia, si no se va a implicar, mejor que no moleste. Suena duro, pero así es. 

Mi paciente es la persona ante la que rindo cuentas. A la que no quiero defraudar, ni engañar. Mi calidad como persona y como profesional se pone en juego en cada sesion.