En mi residencia, en toda residencia que se precie, tenemos un montón de familiares. Un montón de familiares que se quejan. Puede que no sean muchos, pero se hacen notar bastante.
Seguramente tienen razón. A fin de cuentas, si lees sus quejas, sus múltiples quejas, no sabemos poner pañales, ni cambiarlos. No tratamos sus patologías a tiempo. Los medicamentos que ponemos son caros, o pocos, o muchos, o se pierden, o se acumulan. Nosotros somos los que no sabemos cuándo poner a su padre al baño, cuando cambiarle la ropa, cómo darle la comida.
Si seguimos las quejas, nuestros abuelos están caquéticos, ulcerados, infecciosos perdidos. Ellos alertan sobre la necesidad de cambiar los profesionales que cuidan a su madre, los médicos, los fisios que no hacen que vuelva a caminar. Nadie sabe cómo identificar ese cambio de comportamiento, esa pérdida de marcha, ese babeo.
Tenemos familiares que nos descubren cada semana, como unos cuidadores pésimos, unos profesionales malísimos, una institución descontrolada. etc.
Pero ¿Y ellos? ¿Cómo se retratan en sus quejas? Porque sinceramente, ellos quedan todavía peor.
O ¿Qué pensaríais de una persona que tiene a su madre en una institución que maltrata, que favorece la enfermedad, que no cuida ni la salud, ni las necesidades básicas de la anciana?
Pues para mi, si la residencia maltrata, el familiar es todavía peor. No es sólo cómplice, es culpable de dejar a su amado padre en una institución tan horripilante como la nuestra.
Por mucho que no deje de quejarse, no deja de ser llamativo que no pida traslado, que no se vaya con la mujer a su casa, a otra residencia.
En algunos casos, es una forma de vehiculizar un sentimiento intenso y profundo de culpabilidad. Nuestra sociedad, tan moderna ella, dice que tiene centros para cuidar como se merece a nuestros mayores. Pero la cultura, la tradición, nos tatuó que cuidar a los mayores en casa es lo que hay que hacer. Que los hijos deben cuidar a sus padres. En casa, claro.
En otros es un signo del carácter insatisfecho del hijo, hija, nieto, sobrino o vecina próxima.
Ojo, que no digo que muchas tengan una base real. En mi caso, trabajo en una institución muy grande, con muchos profesionales, con una gran variedad en el grado de profesionalidad, conocimientos, experiencia y amor propio.
Si, tenemos mayores a los que no se les cambió correctamente el pañal. Alguno se ha caído. A otro le dimos sin querer con la pala de la silla en la pierna y le herimos. No siempre sabemos priorizar las necesidades de los residentes que comparten módulo.
Y si, hay profesionales que dejan mucho que desear, hay profesionales que son descuidados, que ni son buenos compañeros.
Pero, os prometo que no tantos como algunos familiares pueden dar a entender, con sus millones de quejas.
La mayoría estamos ahí, porque nos gusta nuestro trabajo, porque nuestros abuelos son parte de nuestro adn. La mayoría vigila la dieta, el aseo, la presencia y los estados de ánimo de cada uno de ellos. La mayoría se conoce a todos los familiares y sus vidas. Conocen hasta como miran cuando algo va mal, cuando la infección no ha dado ni fiebre, cuando el estado de ánimo de nuestro abuelito baja.
No somos perfectos, pero intentamos dar la mejor cara de nuestro trabajo.
Las generalizaciones no son buenas, no son verdad. Una media mentira, nunca es una media verdad.