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domingo, 9 de agosto de 2020

EL COVID NO ES SÓLO UN VIRUS, ES UN CAMBIO

(Artículo que escribí en mayo para la revista BALANCE SOCIOSANITARIO).


Trabajo en una residencia de mayores de la Comunidad de Madrid. Y todos sabemos lo que a día de hoy significa.

Los datos oficiales a 28 de abril de 2020, nos indican que más del 80 % de los fallecidos tenían más de setenta años, de un total de 76.525 casos confirmados contabilizados (fuentes del Ministerio de Sanidad). Ni que decir tiene que muchos pertenecían a nuestro ámbito residencial.


Pero en esto, como en tantas otras cosas, España realmente no es diferente. Leo con preocupación que nuestros compañeros europeos padecen una situación similar. Con una población frágil, pluripatológica y dependiente - o muy dependiente-, la enfermedad se ha cebado también en sus residentes. Aquí, en Bélgica, Francia, Alemania, Reino Unido, etc. Es más, percibo que en todos estos países hemos sido los sectores más afectados y menos tenidos en cuenta. En muchos de ellos, incluso los fallecidos entre sus paredes ni se contabilizaban. Sufren los mismos problemas de abastecimiento de equipos de protección y de pruebas. Y su personal se ha visto afectado en un número siempre demasiado alto.


¿Todo por que trabajamos mal?¿Por que somos de segunda?¿Por que no sabemos gestionar? O algo peor ¿Por que les dejamos morir?


De eso nada.


Siento esa doble vara de medir que se nos aplica. La injusticia de sentir la desconfianza en el ojo ajeno que nos mira con suspicacia.

No, no les dejamos morir, porque en la televisión salgan féretros. O porque no se curan. Porque se curan. Si, aquí también se curan. Pero aquí no les hacemos el pasillo al salir, porque no salen. Al curarse, aquí se quedan con nosotros. Les acompañamos a su habitación con la felicidad de recuperar a "uno de los nuestros".


Tampoco es que no sepamos gestionar, como instituciones, como mandos. Desde el primer momento trabajamos adoptando y adaptando continuamente, las medidas y los protocolos que se nos indicaban. Según la evolución de la situación y de la realidad de nuestro país en cada momento.

Hemos trabajado lo mejor que hemos podido y sabido. Con los medios de los que disponíamos y que podíamos conseguir, buscando hasta debajo de las piedras.

Y no somos de segunda. Los profesionales de las residencias trabajan como el que más. Con la formación que se les exige y con un grado de entrega que debe ser valorado y tenido en cuenta. Y hablo de todos, sin diferenciar formación, turno o color del pijama.


Cuando todo esto acabe, y no antes, nos sentaremos y miraremos hacia atrás. Veremos en qué hemos fallado, en qué podíamos haber sido mejores. Evaluaremos y, espero, aprenderemos de ello. Y necesitaremos tiempo para asumirlo e integrarlo. Para recuperarnos. Porque este virus nos ha trastocado hasta lo más profundo. De una manera que todavía no somos capaces de valorar en toda su dimensión.


Hemos visto como la epidemia entraba en nuestros centros. Cómo se llevaba por delante la vida y sus detalles. Su rutina, su bendita rutina.

Se llevó los desayunos en el comedor, el ejercicio en grupo de fisioterapia, los talleres de terapia ocupacional. Desaparecieron las tardes de charla al sol, las visitas familiares, los cumpleaños en el bar. Nos vació los jardines, los salones y la peluquería. Ya no hay bingo, ni cine por las tardes. Ni vienen los voluntarios con sus camisetas azules y sus ganas de colaborar.

Desgraciadamente también se llevó la alegría, la paz, la risa. Se llevó el ánimo de los trabajadores y la risa de los ojos de nuestros queridos residentes. Arrasó con la salud de unos y de otros. Se llevó la vida.


Y nos dejó las videoconferencias para las despedidas, el peso en el alma de acompañar tantos momentos así para el personal, en tan corto espacio de tiempo. Nos dejó como única mano amiga para residentes con los que hemos compartido años y años de vida en común. Porque ya eran parte de nosotros. Nos dejó trajes que nos hacen invisibles, olor a lejía, zonas rojas, verdes y de tránsito. Nos dejó camas vacías y trabajadores desolados. Nos dejó una tristeza pegajosa en el alma. Nos ha robado cachitos de nuestro corazón.


Porque más allá de un número, de una patología o grado de dependencia. Nuestros usuarios tienen nombre. Si, aquí tienen nombre. Como te descuides no sabes ni el número de habitación. Aquí viven Rosa, Blanca, Carmen, José, Amario, Concepción, Isidora, etc.

Y, por eso mismo, volvimos a nuestro ser. Hemos convertido la situación en una nueva rutina. Se visten de astronauta, como algunos dicen, se ponen el nombre bien visible, y deciden que ese día tampoco les va a llevar la tristeza. Y les asean, les visten, les dan de comer, friegan, lavan y limpian todos los rincones. Pero también cantan, bailan y hacen crucigramas con ellos. Les hacen reír, recordar historias y contar anécdotas.

Otros se pasan el día hablando con las familias, que lógicamente siempre dicen que es poco. Algunos han cambiado de trabajo, antes hacían fisioterapia o terapia y ahora llaman por teléfono, hacen kits de aislamiento, ayudan en planta o transcriben cientos de informes.


Porque las residencias están vivas, se reinventan, se adaptan. Y el covid también ha sacado lo mejor de nosotros. Dejemos atrás los prejuicios hacia el mundo residencial. Valoremos todo este esfuerzo, que muestra de qué madera estamos hechos.


Puede que de esta epidemia salga un nuevo modelo asistencial. Puede que se ponga en valor a la parte viva de la institución. Residentes en el centro, profesionales valorados, estructuras adaptadas. Cambios necesarios, que puede que salgan adelante. Hemos demostrado que somos capaces de afrontar grandes retos. Merecemos sentarnos de igual a igual con el resto de profesionales de la sanidad, de la atención.


¿Hospitalizamos las residencias?¿O desaparecen y tiramos hacia el modelo de viviendas colaborativas?Ni lo uno ni lo otro es la única y mejor solución. Visto cómo les ha ido a los hospitales, no se si esa solución da todas las respuestas. Y visto cómo ha ido en Europa, con otros modelos, tampoco hubieran detenido esta epidemia. Creo que hay que replantearse hasta las estructuras. No olvidemos los ratios, que necesitan un urgente redimensionamiento. Pero hay mucha tela que cortar. Protocolos, formación, reconocimiento, gestión del talento, etc.


Y, para finalizar, os recuerdo que, al personal de nuestras residencias, no le tumba ni un virus. Por muy canijo que sea.

sábado, 10 de octubre de 2015

NOSOTROS QUE MALTRATAMOS

En mi residencia, en toda residencia que se precie, tenemos un montón de familiares. Un montón de familiares que se quejan. Puede que no sean muchos, pero se hacen notar bastante.

Seguramente tienen razón. A fin de cuentas, si lees sus quejas, sus múltiples quejas, no sabemos poner pañales, ni cambiarlos. No tratamos sus patologías a tiempo. Los medicamentos que ponemos son caros, o pocos, o muchos, o se pierden, o se acumulan. Nosotros somos los que no sabemos cuándo poner a su padre al baño, cuando cambiarle la ropa, cómo darle la comida.

Si seguimos las quejas, nuestros abuelos están caquéticos, ulcerados, infecciosos perdidos. Ellos alertan sobre la necesidad de cambiar los profesionales que cuidan a su madre, los médicos, los fisios que no hacen que vuelva a caminar. Nadie sabe cómo identificar ese cambio de comportamiento, esa pérdida de marcha, ese babeo.

Tenemos familiares que nos descubren cada semana, como unos cuidadores pésimos, unos profesionales malísimos, una institución descontrolada. etc.

Pero ¿Y ellos? ¿Cómo se retratan en sus quejas? Porque sinceramente, ellos quedan todavía peor.

O ¿Qué pensaríais de una persona que tiene a su madre en una institución que maltrata, que favorece la enfermedad, que no cuida ni la salud, ni las necesidades básicas de la anciana?

Pues para mi, si la residencia maltrata, el familiar es todavía peor. No es sólo cómplice, es culpable de dejar a su amado padre en una institución tan horripilante como la nuestra.

Por mucho que no deje de quejarse, no deja de ser llamativo que no pida traslado, que no se vaya con la mujer a su casa, a otra residencia. 

En algunos casos, es una forma de vehiculizar un sentimiento intenso y profundo de culpabilidad. Nuestra sociedad, tan moderna ella, dice que tiene centros para cuidar como se merece a nuestros mayores. Pero la cultura, la tradición, nos tatuó que cuidar a los mayores en casa es lo que hay que hacer. Que los hijos deben cuidar a sus padres. En casa, claro.

En otros es un signo del carácter insatisfecho del hijo, hija, nieto, sobrino o vecina próxima.

Ojo, que no digo que muchas tengan una base real. En mi caso, trabajo en una institución muy grande, con muchos profesionales, con una gran variedad en el grado de profesionalidad, conocimientos, experiencia y amor propio. 

Si, tenemos mayores a los que no se les cambió correctamente el pañal. Alguno se ha caído. A otro le dimos sin querer con la pala de la silla en la pierna y le herimos. No siempre sabemos priorizar las necesidades de los residentes que comparten módulo.

Y si, hay profesionales que dejan mucho que desear, hay profesionales que son descuidados, que ni son buenos compañeros.

Pero, os prometo que no tantos como algunos familiares pueden dar a entender, con sus millones de quejas.

La mayoría estamos ahí, porque nos gusta nuestro trabajo, porque nuestros abuelos son parte de nuestro adn. La mayoría vigila la dieta, el aseo, la presencia y los estados de ánimo de cada uno de ellos. La mayoría se conoce a todos los familiares y sus vidas. Conocen hasta como miran cuando algo va mal, cuando la infección no ha dado ni fiebre, cuando el estado de ánimo de nuestro abuelito baja.

No somos perfectos, pero intentamos dar la mejor cara de nuestro trabajo.
Las generalizaciones no son buenas, no son verdad. Una media mentira, nunca es una media verdad.

domingo, 4 de octubre de 2015

DIMES Y DIRETES GERIÁTRICOS

Hace un par de días, concretamente el 1 de octubre, fue el día mundial de las Personas Mayores. Las redes sociales, los discursos, los organismos públicos y privados, se llenan de actividades, de actos, de buenas voluntades.
Sobrevolaron nuestras cabezas las grandes frases y las palabras redondas, de esas que llenan la boca de quien las pronuncia. Y, la verdad, algunas cansan.  Traídas por los pelos, generalizaciones, prejuicios, palabras cargadas de un equivocado buenrollismo. Hablo, por ejemplo, de la eterna confrontación entre cuidados familiares -en la casa- y cuidados institucionales. Como si fueran los dos lados de la misma moneda. Lo bueno y lo malo. El cielo y el infierno. 

Como si el cuidado en casa fuera lo mejor para TODOS los mayores- Como si TODAS las familias pudieran prestar "adecuadamente" estos cuidados. Como si TODAS las residencias puedan el final, el olvido, el compendio de los malos cuidados. El amor frente al abandono. Los cuidados frente al maltrato...

En mi residencia nos esforzamos por dar unos buenos cuidados, por hacer el trabajo con orgullo y profesionalidad. Es injusto para nosotros, para las familias y para los propios mayores, generalizar que las residencias son el último escalón, el fin. Porque así los mayores sienten su ingreso como un abandono y las familias cargan para siempre con el complejo de no haber sabido/podido/querido cuidar a sus seres queridos.

Dejemos a un lado que hay buenos y malos centros y buenos y malos profesionales. Como también pasaremos por alto la existencia de familias  buenas y malas, estupendas y maltratadoras, abuelos acompañados o abandonados en casas con barreras arquitectónicas, etc.

Para la mayoría -desde mi punto de vista-, lo mejor sería quedarse en su entorno habitual. Que éste esté adaptado y que se les presten los cuidados necesarios in situ. Tener a su disposición cuidados sanitarios profesionales, lavandería, limpieza, catering, educación, ocio, etc. Podrían vivir solos o con su familia. Pero con la máxima libertad y autonomía.

Y, cuando esta no fuera la opción más aconsejable, o el propio individuo lo eligiera, pasar a un nivel superior. Centros asistenciales donde recibir los cuidados que ya no pueden darse en el entorno habitual. Donde poder cuidar a mayores con patologías complicadas, por su sintomatología o por los cuidados a recibir.

Seamos justos. Exijamos unos cuidados satisfactorios en todas partes y por igual. Dotemos a los profesionales, las instituciones y las familias en la proporción, cantidad y especialización correspondiente. 

Y terminemos con las frases baratas y falsas.




viernes, 2 de agosto de 2013

Y SI LA COMUNIDAD PAGARA COMO UNA SOCIEDAD

Hace unos días, leyendo una entrada sobre Sanitas aquí y su decisión unilateral de reducir un 16 % las tarifas de los tratamientos de fisioterapia, me dio por pensar. 

Pensé en mi nómina. En la nómina de la Comunidad de Madrid para fisioterapeutas de residencia de personas mayores a jornada completa. Nunca me lo había planteado. Pero, para hacer una comparación coherente, debemos hablar en los mismo términos. Más o menos, que esto no es mi fuerte.

Así que saqué mi nómina y me puse a echar cuentas por sesión de fisioterapia. Igual que hace Sanitas o cualquier otro seguro privado de salud.

1790 € brutos (de ahí se descuentan 480 € en concepto de IRPF, SS, paro y formación profesional, pero lo dejaremos en bruto).

Ahora, que no tenemos personal y, por tanto, me bajan menos residentes, tengo una media de 28 pacientes diarios. Ya digo que esto es Julio. En diez meses al año casi duplico ese número. Lo que hace un total de 588 tratamientos mensuales.

Bueno, estábamos con 1790 € y 588 tratamientos al mes. Ponemos de media 21 días de trabajo al mes. Y hago números: 

Resultado: Cada tratamiento me lo "pagan" a 3,04€ (Ya digo, en JULIO).

Entonces, veo la cosa desde un punto de vista diferente. Y muy clarito. LA FISIOTERAPIA VISTE MUCHO, PERO LA PAGAN POCO EN TODAS PARTES. No se si lo expliqué bien. 

Si, si, ya se que no pago las instalaciones, ni el agua, ni la luz. Es una pequeña aproximación.

Creo que la guerra es mucho más grande. Se trata de poner en valor nuestra profesión, de apoyar con investigación los beneficios y la reducción de costes (los famosos costes de la atención sanitaria). Porque todo se reduce a la pela, digo al céntimo. Si demuestro que ahorro seré bienvenida. Eso para las empresas. Y quien dice empresa, engloba la administración. Anda que no están dando guerra con la medicación. Y ese idioma no lo hablamos.

Si demuestro que los pacientes de su especialidad mejoran más rápidamente, que mejoran los resultados de su trabajo, los médicos también nos pondrán en valor. Como ya sucede en muchos equipos.

Que esta entrada no es para dar lástima, ni para decir "¡Mirar, a mi también me pagan poco!" Porque soy consciente que, a igual jornada y trabajo, hay compañeros que reciben menos. Creo que no es el momento de tirarnos el típico "¿De qué te quejas? Yo estoy peor". Sino tratar de mejorar todos. De ser correctamente valorados.

Sólo quiero hacer ver que el problema es más amplio. Quizá tengamos que hacer un cambio de objetivo, o de estrategia. No se. O todo.






jueves, 17 de mayo de 2012

SON COMO NIÑOS... PERO NO LO SON


Un comentario frecuente, cuando hablas de los mayores, sobretodo si hay una dependencia ya, es "es que son como niños". 

Y es verdad, muchos comportamientos nos recuerdan la conducta de niños pequeños. Accesos de ira, celos, necesidad perentoria de ser el centro de la familia, de la planta, de la residencia. Fijaciones, obsesiones, incontinencia, sueño a destiempo, etc.


Y si, puede decirse que son "como..." pero NO lo son.
No olvidemos nunca, que no lo son. Aunque pueda parecer que los extremos se tocan.

A fin de cuentas, nuestros mayores, padres, tíos, vecinos, pacientes, han pasado por muchas cosas. Incluimos hambre, guerra, trabajo, familia, hijos, injusticias, suerte, amor, desamor, tristeza, enfermedades, momentos de intensa felicidad, vacío, alegría, etc. Y que existan comportamientos similares, no nos autoriza a tratarles igual. Es cuestión de respeto. De respeto a su persona, a su historia, a su vida.

Puede que ya no nos interese su experiencia, puede que ni puedan contarla. Pero la tienen.
Otra cosa es que nos caigan bien, mal, estén demenciados, tengan un carácter estupendo o sean odiosos. Eso caracteriza a la persona. No la equipara con la infancia.

Así que la próxima vez que infantilicemos a un mayor, respetemos su historia.