"Llega un día en que el cuerpo se cansa de aguantar." C.L.
Estas palabras las dijo hoy una abuela de la residencia donde trabajo de mañana. No, no se refería a las noches de farra, alcohol, drogas hombres/mujeres y/o baile hasta el amanecer.
Lo dice tras una larga lucha contra el cáncer. Con la voz quebrada y cierta paz. Aceptando su situación. El dolor, aguantado años y años, parece darle igual. Ha mirado de frente a su enfermedad, sus recaídas y sus metástasis.
Viene todos los días al departamento, caminamos, hacemos ejercicios, le hago drenaje linfático y le coloco el correspondiente vendaje en el brazo. Y hablamos, a su ritmo, cuando quiere.
Respeto mucho a mis pacientes. A estas personas, con todos sus años, experiencias y problemas no les esquivo su dosis de verdad. No es digo que no digan eso, que van a dar guerra muchos años, que eso de que la van a palmar es una tontería, etc.
Llega un momento en la vida en la que algunos pueden hablar de la muerte con cierto distanciamiento. Con calma. Sin agobio.
En estos días, en los que envejecer está prohibido y hablar de la muerte es tabú, se agradece la conversación tranquila con quien la ve de cerca. Con los que saben que, al final, ganarán. Si, ganarán. Morirán y se llevarán la enfermedad, la vida y hasta a la misma muerte a la tumba.
La muerte es algo que tarde o temprano nos llegará a todos y para lo que nadie nos prepara. Y asusta. Mucho
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Siempre que me lo planteo, creo que más temo el "cómo" llegar. No al hecho en si de morir. El déficit, el dolor, la incapacidad. Además, quién sabe, puede que morir sólo sea nacer a otra vida.
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