(Artículo que escribí en mayo para la revista BALANCE SOCIOSANITARIO).
Trabajo en una residencia de mayores de la Comunidad de Madrid. Y todos sabemos lo que a día de hoy significa.
Los datos oficiales a 28 de abril de 2020, nos indican que más del 80 % de los fallecidos tenían más de setenta años, de un total de 76.525 casos confirmados contabilizados (fuentes del Ministerio de Sanidad). Ni que decir tiene que muchos pertenecían a nuestro ámbito residencial.
Pero en esto, como en tantas otras cosas, España realmente no es diferente. Leo con preocupación que nuestros compañeros europeos padecen una situación similar. Con una población frágil, pluripatológica y dependiente - o muy dependiente-, la enfermedad se ha cebado también en sus residentes. Aquí, en Bélgica, Francia, Alemania, Reino Unido, etc. Es más, percibo que en todos estos países hemos sido los sectores más afectados y menos tenidos en cuenta. En muchos de ellos, incluso los fallecidos entre sus paredes ni se contabilizaban. Sufren los mismos problemas de abastecimiento de equipos de protección y de pruebas. Y su personal se ha visto afectado en un número siempre demasiado alto.
¿Todo por que trabajamos mal?¿Por que somos de segunda?¿Por que no sabemos gestionar? O algo peor ¿Por que les dejamos morir?
De eso nada.
Siento esa doble vara de medir que se nos aplica. La injusticia de sentir la desconfianza en el ojo ajeno que nos mira con suspicacia.
No, no les dejamos morir, porque en la televisión salgan féretros. O porque no se curan. Porque se curan. Si, aquí también se curan. Pero aquí no les hacemos el pasillo al salir, porque no salen. Al curarse, aquí se quedan con nosotros. Les acompañamos a su habitación con la felicidad de recuperar a "uno de los nuestros".
Tampoco es que no sepamos gestionar, como instituciones, como mandos. Desde el primer momento trabajamos adoptando y adaptando continuamente, las medidas y los protocolos que se nos indicaban. Según la evolución de la situación y de la realidad de nuestro país en cada momento.
Hemos trabajado lo mejor que hemos podido y sabido. Con los medios de los que disponíamos y que podíamos conseguir, buscando hasta debajo de las piedras.
Y no somos de segunda. Los profesionales de las residencias trabajan como el que más. Con la formación que se les exige y con un grado de entrega que debe ser valorado y tenido en cuenta. Y hablo de todos, sin diferenciar formación, turno o color del pijama.
Cuando todo esto acabe, y no antes, nos sentaremos y miraremos hacia atrás. Veremos en qué hemos fallado, en qué podíamos haber sido mejores. Evaluaremos y, espero, aprenderemos de ello. Y necesitaremos tiempo para asumirlo e integrarlo. Para recuperarnos. Porque este virus nos ha trastocado hasta lo más profundo. De una manera que todavía no somos capaces de valorar en toda su dimensión.
Hemos visto como la epidemia entraba en nuestros centros. Cómo se llevaba por delante la vida y sus detalles. Su rutina, su bendita rutina.
Se llevó los desayunos en el comedor, el ejercicio en grupo de fisioterapia, los talleres de terapia ocupacional. Desaparecieron las tardes de charla al sol, las visitas familiares, los cumpleaños en el bar. Nos vació los jardines, los salones y la peluquería. Ya no hay bingo, ni cine por las tardes. Ni vienen los voluntarios con sus camisetas azules y sus ganas de colaborar.
Desgraciadamente también se llevó la alegría, la paz, la risa. Se llevó el ánimo de los trabajadores y la risa de los ojos de nuestros queridos residentes. Arrasó con la salud de unos y de otros. Se llevó la vida.
Y nos dejó las videoconferencias para las despedidas, el peso en el alma de acompañar tantos momentos así para el personal, en tan corto espacio de tiempo. Nos dejó como única mano amiga para residentes con los que hemos compartido años y años de vida en común. Porque ya eran parte de nosotros. Nos dejó trajes que nos hacen invisibles, olor a lejía, zonas rojas, verdes y de tránsito. Nos dejó camas vacías y trabajadores desolados. Nos dejó una tristeza pegajosa en el alma. Nos ha robado cachitos de nuestro corazón.
Porque más allá de un número, de una patología o grado de dependencia. Nuestros usuarios tienen nombre. Si, aquí tienen nombre. Como te descuides no sabes ni el número de habitación. Aquí viven Rosa, Blanca, Carmen, José, Amario, Concepción, Isidora, etc.
Y, por eso mismo, volvimos a nuestro ser. Hemos convertido la situación en una nueva rutina. Se visten de astronauta, como algunos dicen, se ponen el nombre bien visible, y deciden que ese día tampoco les va a llevar la tristeza. Y les asean, les visten, les dan de comer, friegan, lavan y limpian todos los rincones. Pero también cantan, bailan y hacen crucigramas con ellos. Les hacen reír, recordar historias y contar anécdotas.
Otros se pasan el día hablando con las familias, que lógicamente siempre dicen que es poco. Algunos han cambiado de trabajo, antes hacían fisioterapia o terapia y ahora llaman por teléfono, hacen kits de aislamiento, ayudan en planta o transcriben cientos de informes.
Porque las residencias están vivas, se reinventan, se adaptan. Y el covid también ha sacado lo mejor de nosotros. Dejemos atrás los prejuicios hacia el mundo residencial. Valoremos todo este esfuerzo, que muestra de qué madera estamos hechos.
Puede que de esta epidemia salga un nuevo modelo asistencial. Puede que se ponga en valor a la parte viva de la institución. Residentes en el centro, profesionales valorados, estructuras adaptadas. Cambios necesarios, que puede que salgan adelante. Hemos demostrado que somos capaces de afrontar grandes retos. Merecemos sentarnos de igual a igual con el resto de profesionales de la sanidad, de la atención.
¿Hospitalizamos las residencias?¿O desaparecen y tiramos hacia el modelo de viviendas colaborativas?Ni lo uno ni lo otro es la única y mejor solución. Visto cómo les ha ido a los hospitales, no se si esa solución da todas las respuestas. Y visto cómo ha ido en Europa, con otros modelos, tampoco hubieran detenido esta epidemia. Creo que hay que replantearse hasta las estructuras. No olvidemos los ratios, que necesitan un urgente redimensionamiento. Pero hay mucha tela que cortar. Protocolos, formación, reconocimiento, gestión del talento, etc.
Y, para finalizar, os recuerdo que, al personal de nuestras residencias, no le tumba ni un virus. Por muy canijo que sea.